ENTONCES… ¿DE CUAL MUNDO SOMOS…?
En el
capítulo 17 del evangelio según San Juan Jesús afirma dos veces que no somos de
este mundo, una en el verso 14, y dice lo siguiente: “Yo les he dado
tu palabra; y el mundo los aborreció porque no son del mundo, como tampoco yo
soy del mundo.” Una vez más lo afirma en el verso 16
cuando dice: “No son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo.” Pero… ¿a que se refería El Señor al hacer
esta afirmación?, todos somos terrícolas, todos nacimos en este planeta, y
hasta el momento no conocemos a nadie que nació en otro planeta, entonces… por
qué ahora se nos dice que no somos de este mundo..? Bueno en realidad esta no
es una condición para todas las personas
que habitan el planeta, es una condición que adopta toda persona que acepta a
Jesús como su único y suficiente
Salvador, pero, aun así el creyente también nació en este planeta, entonces por
qué no es de este mundo? Es importante entonces definir la palabra mundo para
entender con claridad lo que quiso decir el Maestro.
Mundo significa:
A) El universo Jn
1:10; 17:5. B) La tierra
habitada Mat
24:14. C) La humanidad Jn 3:16.
D) El mundo pecador que persigue a Cristo y a sus discípulos Jn 15:19.
En su primera carta el Apóstol Juan habla del mundo y sus malos deseos 1Jn 2:15-17, allí el Apóstol nos habla de los deseos de la carne, los deseos de la vista, la vanagloria de la vida y todo este sistema de cosas y sentimientos que cautivan al hombre haciéndolo esclavo del adversario de Dios y príncipe de este mundo; es por eso que no somos de este mundo porque Jesús con su obra expiatoria nos rescató de un mundo que el maligno sumergió en la oscuridad y en la maldad convirtiendo al hombre en enemigo de su creador; nosotros al igual que toda la humanidad vivíamos y marchábamos al son de lo que el mundo nos proporcionaba, la vanagloria de este mundo nos tenía cautivos hasta que un buen día el Altísimo abrió nuestros ojos espirituales para que nos diéramos cuenta que caminábamos en dirección al abismo y gracias a su obra salvadora nuestra ciudadanía fue cambiada, es por eso que Jesús dice “no son del mundo”, porque nuestra vida ya no es igual a la que vivíamos antes de conocer a Jesús, de manera que si usted dice haber aceptado a Jesús como su único y suficiente salvador y su vida no cambió y continúa inmerso en la vanagloria de esta vida (de este mundo), entonces debe revisarse de manera rápida, no sea que el enemigo le mantenga engañado y usted no se ha dado cuenta.
Un creyente que ha sido rescatado de este mundo aunque vive en este mundo se separa del mundo para vivir como ciudadano del cielo, como un discípulo de Jesucristo, el Apóstol Pablo nos aconseja que no nos conformemos a este siglo y permitamos ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento, o sea de nuestra mente Rom 12:2, en Ef 2:2 nos dice que “ya no debemos andar siguiendo la corriente de este mundo como en otros tiempos”, Santiago 1:27 dice que debemos guardarnos sin mancha del mundo y en el capítulo 4 verso 4 nos dice que “la amistad del mundo es enemistad contra Dios”.
Nada hay que podamos hacer para salir del planeta y vivir en otros mundos, mientras tengamos vida tenemos que permanecer aquí en este planeta pero nunca olvidemos que ahora somos ciudadanos del cielo y que nuestra vida tiene que ajustarse a lo que Cristo nos enseñó, nunca olvidemos lo que el mismo Jesús afirma en Jn 15:14 “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”.
Para finalizar esta reflexión les recuerdo a mis hermanos lo que dice el Apóstol Pablo en la carta a los Filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” Filipenses 3:20.
En su primera carta el Apóstol Juan habla del mundo y sus malos deseos 1Jn 2:15-17, allí el Apóstol nos habla de los deseos de la carne, los deseos de la vista, la vanagloria de la vida y todo este sistema de cosas y sentimientos que cautivan al hombre haciéndolo esclavo del adversario de Dios y príncipe de este mundo; es por eso que no somos de este mundo porque Jesús con su obra expiatoria nos rescató de un mundo que el maligno sumergió en la oscuridad y en la maldad convirtiendo al hombre en enemigo de su creador; nosotros al igual que toda la humanidad vivíamos y marchábamos al son de lo que el mundo nos proporcionaba, la vanagloria de este mundo nos tenía cautivos hasta que un buen día el Altísimo abrió nuestros ojos espirituales para que nos diéramos cuenta que caminábamos en dirección al abismo y gracias a su obra salvadora nuestra ciudadanía fue cambiada, es por eso que Jesús dice “no son del mundo”, porque nuestra vida ya no es igual a la que vivíamos antes de conocer a Jesús, de manera que si usted dice haber aceptado a Jesús como su único y suficiente salvador y su vida no cambió y continúa inmerso en la vanagloria de esta vida (de este mundo), entonces debe revisarse de manera rápida, no sea que el enemigo le mantenga engañado y usted no se ha dado cuenta.
Un creyente que ha sido rescatado de este mundo aunque vive en este mundo se separa del mundo para vivir como ciudadano del cielo, como un discípulo de Jesucristo, el Apóstol Pablo nos aconseja que no nos conformemos a este siglo y permitamos ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento, o sea de nuestra mente Rom 12:2, en Ef 2:2 nos dice que “ya no debemos andar siguiendo la corriente de este mundo como en otros tiempos”, Santiago 1:27 dice que debemos guardarnos sin mancha del mundo y en el capítulo 4 verso 4 nos dice que “la amistad del mundo es enemistad contra Dios”.
Nada hay que podamos hacer para salir del planeta y vivir en otros mundos, mientras tengamos vida tenemos que permanecer aquí en este planeta pero nunca olvidemos que ahora somos ciudadanos del cielo y que nuestra vida tiene que ajustarse a lo que Cristo nos enseñó, nunca olvidemos lo que el mismo Jesús afirma en Jn 15:14 “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”.
Para finalizar esta reflexión les recuerdo a mis hermanos lo que dice el Apóstol Pablo en la carta a los Filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” Filipenses 3:20.
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